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Relaciones sociales


La sociabilidad es un elemento esencial para el disfrute alrededor de la comida: aprender a comer en compañía es la clave

La gastronomía como eje de las relaciones sociales

 

En España y en el conjunto de los países del entorno mediterráneo, buena parte de la vida pública se ha venido desarrollando en la “plaza” entendida, en un sentido amplio, como lugar de encuentros e intercambios entre la población. La plaza ha venido siendo mercado, ágora y escenario de festejos, marco público donde se tratan desde los temas de interés general a los más concretos y específicos; en ella se habla del tiempo y de la salud, acaso los dos grandes temas más genéricos de nuestra cultura, pero también se habla mucho de comida, de alimentación doméstica y de restauración pública, porque nuestra tradición siempre nos ha invitado a compartir e intercambiar experiencias y opiniones. Y evidentemente la alimentación ha sido siempre un tema básico de referencia.

Pero la vida moderna ha alterado en gran medida estas costumbres, y ello tanto en el mundo europeo como en el iberoamericano, salvando las distancias (sin duda muy grandes). Y aunque nuestro equilibrio alimentario se ha venido fraguando a lo largo de milenios, la rápida evolución de las sociedades modernas ha puesto en peligro su supervivencia en cuestión solo de unas pocas décadas. El imparable proceso de globalización ha hecho que hayamos importado costumbres y hábitos alimentarios menos saludables, totalmente ajenos a nuestra cultura. La cocina industrial, los platos precocinados, el “fast food”… son fenómenos que han surgido llegando a sustituir tanto las tradicionales comidas en familia las largas sobremesas de las comidas fuera de casa.

Costumbres alimentarias

Sin duda, las costumbres alimentarias y hasta los horarios de las comidas no son las mismas en el nuevo que en el viejo mundo, pero hay hechos que han alterado de forma similar su celebración. Por ejemplo en la América hispana hay áreas donde la comida central del día se reduce a un simple tentempié, a base de sandwichs o bocadillos, otras donde se concentra en el desayuno (contundente, con carne, huevos y hasta leguminosas, como fríjoles o alubias, al estilo mexicano), y otras donde simplemente se come a la europea, en almuerzos no muy copiosos y más cortos, marcados siempre por el horario laboral.

Aún así, en el mundo rural iberoamericano se mantiene la comida central en familia, como cita principal del día, aunque a menudo se traslade a la cena (más vespertina que nocturna) donde se reúne la familia para comer juntos, e incluso se amplía a los amigos y compañeros, mientras se comentan las circunstancias del día, pero acentuando el aspecto de reunión social múltiple. Porque comer es, por definición, una actividad social en la que todo el mundo tiene el derecho de opinar y disfrutar. Y ello se da igual en el mundo urbano, tanto en los países del norte como del sur, siendo en este entorno donde la última comida del día adquiere mayor relevancia, en detrimento del almuerzo del mediodía, convertido en un intervalo necesario hasta llegar a ella.

Iberoamérica está experimentando estos cambios de forma aún más acelerada a como se han dado en Europa y al igual que en los países europeos y asiáticos se tiende a una alimentación mas saludable lo que se está traduciendo en poblaciones más sanas y con una mayor esperanza de vida. Afortunadamente esto está siendo compatible con una comida placentera, lo que es absolutamente indispensable para buscar la armonía entre los dos aspectos básicos de la alimentación, salud y placer. Se trata de disfrutar con una de las actividades más importantes del ser humano, culturalmente hablando, porque la cocina actual, la tecnología alimentaria y la calidad y variedad de los mercados hacen posible ese equilibrio entre lo gastronómico y lo saludable, vinculado directamente con la socialización que siempre ha de producirse alrededor de la buena mesa, que siempre es un lugar para la fiesta, para el disfrute y para el intercambio de opiniones y consejos.

Una voz tan autorizada como la de Brillat Savarin dijo ya en el siglo XVIII, que “la suerte de las naciones depende de su manera de alimentarse”. Y en la mejor suerte que poco a poco se va extendiendo entre las poblaciones iberoamericanas también influye la mejora de su alimentación, del mismo modo que ésta ha influido en la de los españoles, principales defensores de la “dieta mediterránea”, hoy ensalzada a escala global. Pero la dieta no lo es todo; también hay que contar con la cultura gastronómica, el intercambio y la socialización, cuyos beneficiosos efectos se notan ya en la mejoría de la salud pública del continente iberoamericano, y que como en el caso de España, acabarán dando lugar a una mayor longevidad de su población, sobre todo si no se pierden otros factores auxiliares, como una vida más tranquila, la costumbre de la siesta o el menor estrés, todos ellos redundantes en una más alta esperanza de vida, y hoy más presentes si cabe en los países de Iberoamérica que en su madre patria.

Debemos tener presente que la sociabilidad es un elemento esencial para el disfrute alrededor de la comida, facilitando la intervención de todos los sentidos, fundamentalmente el gusto, el tacto y el olfato, pero también el oído y fundamentalmente la vista, porque el placer y el sabor se encuentran distribuidos entre todas nuestras experiencias sensoriales, a las que también conviene incorporar el “sexto sentido”, concretamente el sentido común. Así se explica que platos como el cochifrito caribeño, los tacos y enchiladas mexicanas, el ceviche andino, los “bifes” argentinos, etc… hayan dejado de ser un exotismo para tomar carta de naturaleza en la cocina internacional, al mismo nivel que antaño alcanzaron la paella española, la pizza italiana, la “choucroute” francogermana, el “goulasch” húngaro o las “crêpes” y “quiches” francesas…